Aunque ya llevaba trasnochándome cuatro sábados consecutivos sólo para ver sus shows, me resultaba extraño que, de todas las transformistas que se presentaban en Jay-Dees, la discoteca gay de la Zona Colonial, era ella la única que nunca se dirigía al público, ni antes, ni durante, ni después de cada función. Nadie pudo sacarle jamás una sola palabra.
Y no es que fuera antipática o con actitudes de Diva, nada de eso. De hecho, sus actuaciones eran de lo más graciosas. Hacía unos performances simpatiquísimos, con gestos y bailes totalmente divorciados de las letras o ritmos que se suponía estaba interpretando. Sus lip syncs, o playbacks, o fonomímicas o como quieran llamarles, eran de lo peor, como si no hubiera ensayado previamente, o quizás no se aprendía bien las canciones. Sin embargo, eran precisamente esos detalles los que hacían que el público pidiera a gritos que subiera a tarima.
Yo no era muy dado a visitar bares gays. No por complejos ni por miedo a ser visto o reconocido, simplemente porque prefería la tranquilidad de mi casa o el ambiente de sosiego y poco bullicioso de un café al aire libre. Pero mi mejor amigo me habló de su show y me entró la curiosidad. Sólo que él no me lo contó todo, lo descubriría yo tiempo después.
Había algo especial en ella que me fascinaba, que a mi entender la hacía distinta. Sus shows no eran monótonos, repetidos y estereotipados, como esos que originalmente suelen montar la mayoría de travestis. La veía moverse torpemente, vestida en ridículos trajes pasados de moda, con lentejuelas baratas y diseños corrientes y para mí era como ver a una aparición: divina y encantadora. La risa de los demás me provocaba molestia. Indignación.
Esa noche fui dispuesto a interpelarla, a dejarme ver, a que me conociera, a que me terminara de hechizar o, al contrario, que su actitud me ayudase a soltarla en banda, porque ya se me estaba convirtiendo en una obsesión.
La canción terminó. Ya la voz de Paloma San Basilio interpretando “nadie como tú” se había apagado. Las luces bajaron su intensidad, pero sus gesticulaciones seguían tan intensas como al principio. El público se desternillaba de la risa al ver que ella no se enteraba de nada.
Me desesperé. Intenté subir a la tarima para ayudarla a bajarse y impedir que los pájaros continuaran burlándose de ella.
Mientras corría hacia ella gritándole lo más alto que pude: “baja, ya la música terminó”, mi amigo me detuvo para evitar que fuera yo el que hiciera el ridículo.
-No te escuchará y no te dirá nada. ¿No te has dado cuenta? Es sordomuda-
Desde entonces aprendí a hablar en señas.
Homenaje a “Mía Pía”, La Muda de Jay-Dees
Por:
Francis Mesa
@framesajim
Excelente historia, recuerdos de jay dee